Sunday, April 15, 2012

                                                 El Mar no Cesa y el Sabio Duerme  

    Carolina llega a la fiesta.  El antro, cuatro paredes, de tres pisos de estatura, de piedra que parecía haber estado comprimida por un mismo molde y de un color tierra.  Las paredes cobijadas por la vegetación de la selva de alrededor.  Cuadros de pinturas celestes que colgaban en hilera y en lo mas alto al rededor de las cuatro paredes dejaban entrar la luz de la luna y las estrellas; de allí en mas solo las fogatas de las cuatro esquinas iluminaban el antro. 
    Admirando, vistiendo solamente una playera blanca de fibra de seda que caía desigual al nivel de su cintura y una braga retro color blanca con lunetas verde lima de estilo biquini, queda parada al pie del sendero que la condujo desde la playa cuesta arriba frente a la entrada de este espectáculo.  Carolina mira por detrás de su hombro, el mar no cesa y una cobija de obscuridad va apagando el horizonte.  Decide entrar.  Al pasar por el marco de lo que aparenta ser una puerta con el glifo de Backlum Chaam en el filo superior, los oídos de Carolina son acosados por música repetitiva y penetrante. 
    La recamara alberga gente joven de diferentes complejos, algunos claros y otros obscuros, que baila en éxtasis.  Al fijarse bien, Carolina se da cuenta que reconoce los rostros claros.  Sin embargo, ellos eran indiferente a su llegada.  Los rostros obscuros se escondían ante la multitud de gente bailando, y siempre en la periferia de los mas cercanos a ella, los cuales ella si reconocía y distinguía.  Nadie paraba de bailar.  Seguían el ritmo de un ruido bajo y pulsante que parecía salir de suelo.  Un ruido alarmante y metálico invadía el espacio justo arriba de la multitud.  Al mirar de donde provenía ese sonido, ella noto que el techo de la estructura era inexistente.  Podía ver el cielo, un azul negro que aclaraba alrededor de los enjambres de estrellas, y pensó que nunca antes había visto tantas de ellas y tan claras. 
   
    “El Sabio duerme!  A bailar se ha dicho!”

    Carolina fue interrumpida por una voz a su alrededor.  Al bajar la mirada, noto que todos sonreían y reían mientras bailaban frenéticamente.  ¿Quien grito la frase?  No pudo distinguir.  Solo miraba como todos bailaban a su alrededor.  Voces que no se distinguían completamente ante la música salvaje y charla insólita la llamaban.  Solo distinguía las sonrisas de los rostros conocidos, ellos le llamaban extendiendo las manos pero ella no baila, y al alejarse es impulsada hacia la multitud.  Cae en manos de un rostro conocido y es incitada al baile.  Después pues de el, otro la toma en los brazos y la hace bailar cual muñeca de trapo.  Uno tras otro la hace bailar, dando vueltas, atando la a su cuerpo.  Carolina cae rendida en un banco de marfil después de ser expulsada de la multitud alocada.  Al apoyar las manos sobre el borde del banco sintió con sus dedos un labrado suave y al mirara abajo vio que  el filo del banco estaba tallado con imágenes de civilizaciones antiguas de la cual ella no reconocía.
    En el mismo banco de marfil, al otro extremo, estaba sentado un señor apuesto en traje negro, camisa blanca, y corbata negra con los pies descalzos.  Tenia la vista fija sobre una fuente de agua que caía de lo alto, tan alto que la procedencia de el agua no se podía distinguir.  Era un diluvio lo que caía, no se podía ver a través de el, pero Carolina sabia que detrás de el había algo.  Se veía una silueta de una forma, de varios colores y un brillo que lucia a través del agua que caía, pero era irreconocible.  La cascada formaba una redonda, y caía en una piscina, un perfecto circulo, que ocupaba en centro de la habitación enorme.  El señor decía ser un hombre de negocios pero no volteaba a mirar a Carolina y al no hacerlo, en conjunto con el ruido, le era casi imposible a ella distinguir las palabras que escapaban por la boca de tal señor, y al ver su maletín al costado de sus pies Carolina le entendió a lo que trataba de comunicar.  Tenia apariencia limpia, un bigote delgado y demasiado aseado sobre su labio, un peinado con partidura a un lado y el pelo liso recorrido hacia el otro lado, tan negro era su pelo que la cera le producía un brillo parejo que le recorría de frente hacia atrás como si se hubiera dado un baño de chanate.  A un lado de el, en un pedestal de mármol blanco y rosado, descansaba una pipa de agua y la manguera la sostenía el señor entre sus dedos apoyada sobre su pierna.  De momento, el señor alzaba la manguera y la acercaba a su boca, fumaba de ella.  En un instante y de un jalón abrupto unas manos tiraban a Carolina de nuevo a la multitud. 
   
    “Pedro Luis Cándido esta loco!  Y el Sabio duerme!  Baila, nena, baila!”

    Por mas que Carolina trataba de distinguir de donde provenía esa voz no lograba precisar su origen, y la multitud empezaba a marearla.  Empezó a sudar y noto que el contorno cambiaba ante sus ojos.  Las enredaderas y demás vegetación que vestían las paredes ya tornadas en un gris  cuarteado, como un charco de lodo ausente de agua, habían desaparecido, lo único que colgaba de las paredes eran los tallos de las enredaderas que quedaron incrustados en las paredes.  El cielo tornaba un azul marino obscuro, y solamente las estrellas mas brillantes alumbraban como bengalas apunto de extinguirse.  Los rostros de la multitud se hacían opacos, y mas y mas dejaba ella de reconocerlos.  Ansiedad invadía a Carolina, y el calor le producía bochornos, tanto que se le iba el aliento.  Al no poder respirar se lanzo al suelo, sentía que la multitud la rodeaba y la sofocaba, y entre las piernas de esas criaturas desenfrenadas Carolina logro huir hacia el banco de marfil.  Al acercarse, noto que podía respirar con facilidad cuanto mas se acercaba al banco de marfil y un olor sutil se volvía mas y mas notable.
    Al salir entre las piernas de la multitud, Carolina estrecho el brazo para apoyarse en el banco, y al hacer esto Carolina vio que el agua que caía en medio de la piscina había dejado de caer.  En medio de la piscina había una pequeña isla de pasto donde sentaba un cilindro platino, sobre el cilindro un almohadón de terciopelo fucsia, y recostado en él con su cabeza apoyada en sus manos dormido estaba un sujeto que vestía una clase de pantalones abotagados color marrón,   un fajín verde olivo, una camisa beige, una chamarra recortada azul, y un gorro amarillo que guardaba su pelo liso y naturalmente acomodado.  Verlo dormido inspiraba tranquilidad, y su rostro de aspecto fino escondía bien su edad pero la barba y su bigote decían lo contrario, sin duda era un alma vieja.  ¿“Será este el Sabio”?, pensó Carolina. 
    Al tomar asiento en el banco, nuevamente invadió su sentido del olfato ese olor peculiar y al voltear al lado de nuevo vio a Pedro Luis.  Esta vez no lucia tan aseado.  Estaba empapado de agua.  Sus pelos caían y chorreaban agua.  Su traje escurría agua, y sus pies descalzos descansaban sobre un charco.  Temblaba de frío, y sujetaba la manguera de la pipa en su mano temblorosa.  Al preguntarle lo sucedido, solo respondió “Intente llegar al paladio y me hundí.  Me hundí”.  Acerco la pipa a su boca y la detuvo antes de llegar a ella, le ofreció con una seña a Carolina y ella pregunto que era.  “Adormidera”, respondió Pedro Luis.  Carolina dudo un instante, pero al ver que el insistía tomo de la manguera y la pego a su boca.  Inhalo de la manguera mientras el la observaba, y al despegarla el le dijo “sostén lo adentro”.  Cuando ya no pudo sostenerlo mas, dejó salir el humo por la boca, el humo color violeta.  “Violeta”!, exclamo Pedro Luis.  Fumó después el, y al dejar salir el humo de color gris le invadió un sentimiento de angustia que se puso de pie y caminó hacia la multitud donde se perdió de vista.
    Carolina empezó a sentir una fuerte atracción hacia el sujeto que descansaba sobre el almohadón en medio de la isla.  Le entro sueño, la música y la multitud le cansaban los sentidos, y lo único que quería era ir a recostarse a un lado de aquel sujeto que dormía tan profundamente.  Se puso de pie y camino hacia la piscina, cada paso que daba le producía mas y mas sueño, hasta que llego al borde de la piscina.  Al llegar allí, Carolina estaba tan cansada que ni pensó como cruzar, simplemente tomo un paso y después otro hasta que llego a la isla donde se encontraba el.  Al pisar el pasto el Sabio levanto su cabeza, sus ojos colorados, y le dijo, “anda y duerme”.  Carolina se acerco a el, sintió nostalgia y felicidad al mismo tiempo, le extendió la mano y el la tomo.  

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